julio 7, 2025
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Por Mauricio Palomares

La Ciudad de México siempre ha sido un cruce de mundos: indígena y global, popular y moderno, caótico y creativo. Hoy, sin embargo, esa mezcla que la define se encuentra bajo asedio. Calles históricas convertidas en cápsulas de Airbnb, fondas reemplazadas por cafeterías en inglés, rentas impagables en colonias antes obreras.

La capital está cambiando, pero no necesariamente para quienes la habitan desde siempre.

Ese proceso tiene nombre: gentrificación, y aunque suele hablarse de él en clave económica o estética, en realidad es una disputa política y ambiental por el presente y el futuro de la ciudad. Y desde la mirada solarpunk —una corriente que mezcla ecología, justicia social y ciencia ficción utópica— el diagnóstico es claro: una ciudad que expulsa a su gente no es una ciudad del futuro.

¿Qué perdemos cuando se gentrifica un barrio?

Gentrificar no solo significa que las rentas suben.Significa que el territorio deja de ser comunidad y se convierte en inversión. Que las vecinas de toda la vida son reemplazadas por turistas efímeros. Que la vida cotidiana —el tianguis, la tortillería, el parque sin rejas— cede ante lo “instagrameable” pero deshabitado.

Y aunque se argumenta que la gentrificación trae desarrollo, la pregunta es: ¿desarrollo para quién? Porque los beneficios casi siempre se concentran en inversionistas, mientras los costos (desplazamiento, precarización, pérdida del arraigo) los paga la ciudad que ya existía.

¿Qué propone el pensamiento solarpunk?

El solarpunk es más que una estética con paneles solares y jardines verticales. Es una propuesta política: imaginar y construir ciudades sostenibles, inclusivas y con futuro compartido.

Desde esta visión, el derecho a la ciudad no es un lujo, sino un pilar civilizatorio. Y por tanto:

  • La vivienda no debe ser mercancía, sino derecho garantizado colectivamente.
  • El espacio público debe ser gestionado desde lo común, no desde la plusvalía.
  • El crecimiento urbano debe ser ecológico, descentralizado y participativo, no vertical, homogéneo y especulativo.

Alternativas reales, probadas y posibles

1. Freiburg, Alemania: el barrio que se diseñó sin autos ni expulsiones

En la ciudad alemana de Freiburg, el distrito de Vauban es considerado un ejemplo de urbanismo del futuro. Allí, el suelo urbano se gestionó colectivamente para evitar la especulación. Los edificios son cooperativos, energéticamente eficientes y conectados por ciclovías. ¿El resultado? Diversidad social, cohesión barrial y cero gentrificación. Nadie fue desplazado; todos fueron incluidos.

2. Montevideo, Uruguay: cooperativas que construyen comunidad

En Uruguay, las cooperativas de ayuda mutua permiten que cientos de familias construyan viviendas dignas con apoyo del Estado. No hay dueño individual del terreno, sino propiedad colectiva y reglas democráticas. Esto ha evitado que barrios enteros sean tomados por la especulación inmobiliaria. En lugar de expulsar, se fortalece el arraigo.

¿Y si en la CDMX hiciéramos lo mismo?

Imaginemos una colonia en la Gustavo A. Madero donde, en vez de construir otro desarrollo vertical para extranjeros, el gobierno destina el terreno a una cooperativa de vivienda con techos solares, huertos comunitarios, espacios culturales y acceso gratuito a internet.

Imaginemos que las políticas de regeneración urbana incluyen forzosamente a las vecinas y vecinos actuales, y no los convierten en “obstáculo” para el desarrollo. Eso también es progreso. Pero uno con raíces.

El futuro no se renta, se habita

La CDMX necesita una transición urgente hacia un modelo de ciudad más justo, más verde y más democrático. La gentrificación, si no se regula, terminará por erosionar el alma misma de esta metrópoli: su mezcla social, su vitalidad callejera, su historia viva.

El reto no es detener el cambio. Es hacerlo con justicia. Y para ello, debemos atrevernos a imaginar —y construir— otras formas de habitar. El pensamiento solarpunk nos da las pistas. La voluntad política, y ciudadana, hará el resto.

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