
Por Luis Martínez Alcántara
Este 3 de julio se conmemora el natalicio del escritor checo Franz Kafka, autor clave de la literatura del siglo XX. Nacido en 1883 en Praga, entonces parte del Imperio Austrohúngaro, su obra marcó un antes y un después en la narrativa moderna. Su estilo, cargado de angustia existencial, absurdos burocráticos y alienación, dio origen al término “kafkiano”.
Entre sus obras más conocidas destacan La metamorfosis, El proceso y El castillo, todas publicadas de forma póstuma. Kafka escribió en alemán, su lengua materna, y pidió que sus manuscritos fueran destruidos tras su muerte en 1924. Sin embargo, su amigo Max Brod desobedeció su voluntad y los dio a conocer al mundo.
La influencia de Kafka ha sido profunda en la literatura, el cine y la filosofía contemporánea. Autores como Albert Camus, Jorge Luis Borges y Haruki Murakami han reconocido su impacto. Sus relatos reflejan con crudeza la ansiedad del ser humano frente a sistemas incomprensibles y realidades opresivas.
Aunque vivió una vida corta y plagada de enfermedades, Franz Kafka dejó una huella duradera en las letras universales. Su figura se ha convertido en símbolo del hombre moderno atrapado en estructuras que lo rebasan. Hoy, a 142 años de su nacimiento, su legado sigue vigente en bibliotecas, aulas y redes sociales.
Recordar a Kafka es también reflexionar sobre nuestra propia relación con el poder, el lenguaje y la identidad. En tiempos de incertidumbre, su voz aún resuena con fuerza. Leerlo es adentrarse en un laberinto que, aunque oscuro, nos permite ver con más claridad el absurdo del mundo que habitamos.